El señor de la serpiente

En Xochicalco había un rey que también era conocido como “El señor de la serpiente”, pues a su lado llevaba a su compañera que imponía respeto por sus plumas de colores. El señor de la serpiente siempre estaba contento, pues no había nadie que no lo mirara cuando paseaba por las calles. Pues su amiga, la serpiente, nunca se iba de su lado. Un día tenía que dar una plática a la gente del pueblo, pero ¡oh, sorpresa! Su serpiente no estaba y si la gente no la veía, no le tendrían admiración. 

Primero pensó que la serpiente estaba en el baño. Ella se alejaba cuando tenía que ir, así es que fue a buscarla, pero ¡no estaba! El rey buscó a su serpiente por todos lados, desde la cima de la pirámide hasta debajo de las piedras, pues a ella le gustaba dormir debajo de ellas. Pero tampoco estaba. La buscó de este a oeste y de norte a sur, pero no había rastro de la serpiente. La buscó dentro y la buscó afuera, pero no la veía. El señor de las serpientes se ponía cada vez más nervioso porque la hora de dar la plática se acercaba. 

― ¡Oh, no! ―se decía el rey, mientras se jalaba las plumas de su elegante penacho.     

Después de horas y horas de buscarla, ya no podía seguir haciéndolo, tenía que acudir a la reunión. Muy triste, se puso su ropa de rey y se encaminó a la plática. Cuando llegó se sentía muy avergonzado, pues era “El señor de la serpiente” sin su serpiente. Caminó entre la gente para llegar a su silla y ¡oh, milagro de los dioses! En el trono del rey, del señor de las serpientes, se encontraba su amiga perdida que en esos momentos estaba dando una plática. 




Héctor, 10 años

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